Cuando mi madre hace algo así como 15 años me enseñó su mantilla de novia me pareció horrorosa…un harapo de más de 100 años que pretendía que me colocara en la cabeza el lejano día de mi boda…
No quería casarme, no quería vestido largo, no quería mantilla…y sin embargo pasado el tiempo miro con melancolía y adoración mi mantilla, hecha a mano, delicada, antigua, única…y me emociono, a la espera de volver a sacarla después de 30 largos años de letargo.
Si no crees en la magia de la mantilla tienes que probarte una, te sentirás súper especial. El porqué: Mi abuela decía que te acompaña, te arropa y cuida mientras un montón de miradas inquisitorias, amorosas o emocionadas te siguen hacia el altar.
Existen muchos tipos de mantilla, el famoso chantilly francés, con un encaje inspirado en la naturaleza. Recuerdo las formas como de helechos que vi hace poco en una fantástica mantilla en Semana Santa, así como escudetes, hojas y guirnaldas…es etéreo, suave y particularmente mi favorito.
La mantilla con encaje de blonda se elabora con dos tipos de seda, una mate y retorcida para el tul del fondo y una brillante y lasa (sin retorcer), con la que se crean los motivos florales, normalmente de tamaño considerable y destacando las puntas de castañuela, es decir, los bordes con amplias ondas…Su peso, los magníficos contrastes y normalmente el juego ornamental son el punto fuerte de este segundo tipo.
Finalmente la mantilla de encaje de tul bordado, mucho más fina y económica, quizá con menos cuerpo, pero igualmente ideal para aquellas novias que les guste un outfit romántico y con un puntito melancólico, además puede contar con bordados sobre tul que emulan los clásicos diseños de la blonda o del chantilly.
¿Cómo fue, es o será tu mantilla? Envíanos tus fotos a info@egovolo.com